La Girona de la era moderna fue, pese al descenso demográfico y las guerras continuadas de la época, una de las principales capitales del Principado de Cataluña. Era un importante núcleo textil, de comercio y de actividad artesana. También era una ciudad muy inquieta culturalmente, con una gran actividad intelectual y religiosa, reflejada en la proliferación de conventos en toda la ciudad y en el impulso y estallido de construcciones de edificios religiosos imponentes, como la basílica de Sant Feliu o la magnífica catedral barroca de 1731, coronada por una veleta en forma de ángel que se ha convertido en la imagen icónica de la ciudad.