«La catedral ya no podía contener más enfermos y la plaza se fue convirtiendo en hospital al descubierto. Allí vi aparecer en lo alto de la gradería a D. Mariano Álvarez, que daba algunas disposiciones para el socorro de los heridos»
De mica en mica la ciutat s’anava afogant i la victòria napoleònica sobre Girona cada vegada era més factible. El 10 de novembre va arribar una comunicació del capità general Joaquín Blake, explicant que no li seria possible enviar més reforços ni aliments a causa del setge que patia la ciutat i les tropes que controlaven els accessos.
La situació empitjorà el mes de desembre amb un escenari totalment desolador: les cases derruïdes pels bombardeigs, gent que emmalaltia a causa de la manca de medicaments i aliments, els morts escampats arreu sense possibilitat d’enterrar-los i en estat de descomposició, quelcom que augmentava la presència de rates i malalties. Resistir era inútil, i menys amb les condicions en què es vivia i lluitava. Andresillo Marijuán presenta un escenari desolador i tràgic:
«La calle o callejón de la Forsa, que conduce desde la Zapatería Vieja a la catedral, era una horrible sentina, una acequia angosta y lóbrega, donde algunos seres humanos yacían como en sepultura esperando quien los socorriese o quien los matase. Entramos en ella, conducidos por D. Carlos Beramendi, hombre de gran mérito que se multiplicaba para disminuir en lo posible las desgracias de la ciudad, y recogimos los cuerpos vivos y medio vivos, muertos y medio muertos, sacándolos a las gradas de la catedral, donde les bañasen aires menos corrompidos. La catedral ya no podía contener más enfermos y la plaza se fue convirtiendo en hospital al descubierto. Allí vi aparecer en lo alto de la gradería a D. Mariano Álvarez, que daba algunas disposiciones para el socorro de los heridos. Su semblante era en toda Gerona el único que no tenía huellas de abatimiento ni tristeza, y conservábase tal como en el primer día del sitio. Gran número de gente le rodeaba, y entre ellos vi con sorpresa a D. Pablo Nomdedeu con otros médicos, individuos de la junta de salubridad y varias personas influyentes. La multitud vitoreó a Álvarez, quien no dijo nada, absteniéndose de manifestar disgusto ni alegría por la ovación, y descendió tranquilamente. La gradería ofrecía el más lamentable aspecto y con la algazara de los vivas y aclamaciones dirigidas al gobernador era difícil oír las quejas y lamentos. Desde lejos se observaba claramente que muchos de los que componían la comitiva del héroe estaban afligidos ante tan doloroso espectáculo. Sin duda hablaban a D. Mariano de la escasez de víveres, porque se oyó una voz de protesta que dijo: “Señor, cuando no haya otra cosa, comeremos madera»
(Capítol XIII, pàg. 114-115)