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Un recorregut per la Gerona de Benito Pérez Galdós Recurs

Plaça de Sant Pere

«Durante todo el día estuvieron entrando carros cargados de víveres que estacionados en las plazas de San Pedro y del Vino, servían de depósito, a donde todo el mundo iba a recoger su parte. ¡Comer!, ¡qué novedad tan grande!»

A mesura que anava passant el temps, la situació empitjorà i això va provocar que gran part de la població acabés malalta, com el mateix governador Mariano Álvarez de Castro, que va ser substituït pel mateix brigadier Julià de Bolívar. Arribat a aquest punt, el fred, la gana, la insalubritat i les condicions higièniques de la ciutat van obligar a replantejar-se la resistència que oferien contra l'atacant.

Davant de tots aquests mals i la impossibilitat de rebre ajut extern, la Junta de Govern va decidir que Girona havia de capitular, és a dir, tractar una sèrie d'acords amb l'enemic per rendir amb honors la ciutat. La decisió va ser difícil de digerir i acceptar, però no hi havia més remei; els soldats i civils havien de deixar les armes i sotmetre's a la victòria i presència de les tropes franceses:

«Durante la noche, los vecinos y los soldados, sabedores ya de las principales cláusulas de la capitulación, inutilizaron las armas o las arrojaron al río, y al amanecer los que podían andar, que eran los menos, salieron por la puerta del Areny para depositar en el glacis unas cuantas armas si tal nombre merecían algunos centenares de herramientas viejas y fusiles despedazados. Los enfermos nos quedamos dentro de la plaza, y tuvimos el disgusto de ver entrar a los señores cerdos. Como no nos habían conquistado, sino simplemente sometido por la fuerza del hambre, nosotros los mirábamos de arriba abajo, pues éramos los verdaderos vencedores, y ellos al modo de impíos carceleros. Si no existiese el goloso cuerpo, y sólo el alma viviera, ¿pasarían estas cosas? […] En honor de la verdad, debo decir que los franceses entraron sin orgullo, contemplándonos con cierto respeto, y cuando pasaban junto a los grupos donde había más enfermos, nos ofrecían pan y vino. Muchos se resistieron a comerlo; pero al fin la fuerza instintiva era tal que aceptamos lo que a las pocas horas de su entrada nos ofrecieron. Durante todo el día estuvieron entrando carros cargados de víveres que estacionados en las plazas de San Pedro y del Vino, servían de depósito, a donde todo el mundo iba a recoger su parte. ¡Comer!, ¡qué novedad tan grande! Sentíamos el regreso del cuerpo que volvía después de la larga ausencia, a ser apoyo del alma. Se admiraba uno de tener claros ojos para ver, piernas para andar y manos con que afianzarse en las paredes para ir de un punto a otro. Los rostros adquirían de nuevo poco a poco la expresión habitual de la fisonomía humana, y se iba extinguiendo el espanto que aun después de la rendición causábamos a los franceses.»

(Capítol XX, pàg. 180-181)