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Maternidades. Una mirada diversa Exposición temporal

Mater dolorosa

La cara oscura de la maternidad existe. Está ocupada por el espacio de dolor que deja la muerte de una criatura propia, la pena que resulta de ver el sufrimiento de un hijo o de una hija, la tristeza eterna que supone la separación forzada de los hijos, y el alma desgarrada que queda después, o durante, todo ello. También es el lugar de la depresión posparto, del rechazo hacia los hijos, del infanticidio, desde la sacudida que la depresión y la perturbación pueden provocar en el cuerpo y en la mente de una mujer que ha gestado y parido.

El sufrimiento también forma parte de la maternidad. Madres llorosas, madres deshechas, madres anuladas, madres desesperadas. ¿Cómo se puede seguir cuidando de la vida después de eso?

Imaginemos, pues, que es la madre. ¿Dónde está la prueba de su dolor? El hecho de que no sonría ha dejado de ser un indicador de gravedad desde el momento en que, con el cuerpo del hijo muerto en su regazo, el fotógrafo la ha obligado a permanecer quieta ante la cámara un tiempo que calculamos indecente dadas las circunstancias. Pero eso es exactamente lo que hacen esta clase de retratos: registrar el dolor en el mismo instante en que se manifiesta. La iconografía religiosa nos ha malacostumbrado a las expansiones maternales desconsoladas o a la elegancia ejemplar de las Piedades, con aquella aflicción solemne y resignada de la dolorosa, toda ella al servicio de este cuerpo ahora inerte que había estado vivo.

Pero la muerte prematura ha sorprendido a esta madre ya deshecha, con el olor a medicinas aún adherido a la ropa cuando ha llegado el fotógrafo y ha tenido que sacar fuerzas de donde no quedaban para vestir al niño y hacerle la raya con un poco de agua de colonia, y recogerse ella misma el pelo y anudarse con mucho esmero el lazo del cuello, sin darse cuenta de que todavía lleva, colgando de la sisa, el imperdible con el que quizás se fijaba el babero para amamantarlo.

Lo más tenebroso de las fotografías de bebés fallecidos siempre es la madre, criatura viva absorta en la perpetuación del esfuerzo inútil del alumbramiento. El cuerpo de su regazo es un peso ofensivamente concreto que dejará una marca en la ropa, un pliegue sin calor que deberá alisar cuando la sesión haya terminado, por más que el vacío continúe allí, como un agujero negro, como el hilo invisible que parece querer retener pinzando los dedos de la mano. No te vayas, dilatemos este momento que nos saca a ambos de las sombras y de la certeza siniestra de que los niños mueren, como si rechazáramos la existencia misma del mal.

Eva Vázquez Ramió

Foto post-mortem
Autoría desconocida
1849
Daguerrotipo
CRDI