Eva Vázquez Ramió
“Están aquí, pero no tienen nombre”
La otra es la más esquiva de todos los otros imaginables, también la más sospechosa. Es extranjera y, por tanto, enigmática —un misterio que desentrañar, un miedo que vencer—, pero su condición de mujer le añade una amenaza no siempre velada, aquella mezcla de atracción y repulsa que en ocasiones tiene la belleza donde duele porque no la esperas, aquel recelo ante una feminidad pecaminosa y tentadora. El origen incierto forma parte de la fascinante mitología construida en torno a la gente gitana, esa etnia que cambiaba de nombre de una frontera a otra y que no reconocía más país que el círculo que formaban los caballos alrededor de la tienda y la hoguera. Emília Xargay y Montserrat Llonch pintaban a sus gitanas esquivas, y no se puede descartar que las artistas gerundenses reconocieran en sus vecinas, en sus semejantes, una anomalía cercana a la suya, la de ser mujeres que pintaban y que lo hacían con visibilidad y perseverancia. En cambio, Joan Orihuel, que fue maestro de ambas, no se anda con sutilezas. Retrata a una gitana muerta que, de todos modos, le interesa mucho menos que el escenario macabro en el que la ha tendido.
En los años cuarenta del siglo XX, varios artistas de Girona pintaron retratos de mujeres gitanas y, a día de hoy, sus cuadros forman parte de la colección del Museo de Historia. Pero estas obras no recogen ni representan la realidad de la población gitana de Girona. Solo muestran de qué manera la ciudad ha mirado, siempre, a las otras.