Francesc Miralpeix Vilamala
“Los objetos como escombros, como polvo de la memoria desenterrada”
Recordaba el arquitecto e historiador italiano Leonardo Benevolo, a propósito del nacimiento de los museos, que a mediados del siglo XVIII los objetos antiguos y coleccionables pasaron de ser un entretenimiento privado, una afición de las élites nobles, a convertirse en un problema público. Lo decía, claro, porque la democratización de la cultura en el marco del pensamiento ilustrado abasteció la memoria colectiva, en adelante compartida y accesible, de ingentes cantidades de objetos artísticos que había que guardar y conservar, como esculturas, pinturas, paños, libros o grabados. De forma paralela, la irrupción de la arqueología moderna como disciplina científica válida para entender el pasado a través del estudio de los vestigios materiales otorgó a los nacientes museos la noble misión de ser guardianes de los hallazgos, a menudo envitrinados y seriados hasta la extenuación, y de convertirse en transmisores de un relato debidamente acomodado a cada entorno social. Como resultado de aquella dualidad estructural, nació el debate entre la necesidad de conservar y la de exhibir, entre belleza y saber científico, entre abundancia y sobriedad, entre ruina y escombros. Hoy sabemos que no necesariamente son conceptos antagónicos.
En 2019, en un edificio de la plaza del Vi, se encontró este conjunto de objetos, usados como relleno de una bóveda de construcción. Hay barreños, bacines, escudillas, jarras, ollas y azulejos, que seguramente proceden de una remesa defectuosa, por lo que nunca se les dio el uso para el que se habían fabricado. En 2014 se descubrieron en el call o judería fragmentos de cerámica que se usaban como filtro del agua del micvé, el baño ritual judío, del s. XV. Los objetos forman parte de las colecciones del Museo de Historia de Girona y del Museo de Historia de los Judíos.