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Las cosas que fueron Exposición temporal

El ángel sin cabeza

Francesc Miralpeix Vilamala

¿Cómo debía ser aquella cabeza que orientaba el rumbo de los gerundenses y que evitaba que perdieran el norte?

La Carta de Atenas (1931) puso negro sobre blanco la voluntad de conservación y preservación del patrimonio cultural de la humanidad, instó a los estados a apoyarse en esta tarea mutua y fomentó el retorno (o la reconstrucción), siempre que fuera posible, de un bien a su ubicación original. La Carta de Venecia (1964) sugiere que la recomposición debe ser siempre la mínima necesaria y diferenciable del original. En ningún caso debe promoverse la integración ex novo de zonas figuradas o la inserción de elementos determinantes para la figuratividad de la obra. Estas conclusiones ponían fin a una extendida práctica en el ámbito de la restauración monumental estilística o historicista según las teorías de su máximo representante, Viollet-le-Duc. Pero también, en el caso de los objetos, acababan con la antigua tradición del primer coleccionismo de escultura clásica, displicente a la hora de apreciar la belleza en un trozo de mármol. Habría que esperar hasta el advenimiento de la poética de la ruina, en el siglo XVIII, para ver en el fragmento una parte de lo absoluto. Estamos tan acostumbrados a ver un mundo en un meteorito que hasta nos parecería extraño que la Niké del Museo del Louvre, seguramente una de las escisiones más icónicas, recuperase algún día la cabeza. ¿Lo aceptaríamos? ¿Ocurriría lo mismo con la cabeza perdida de la veleta de la catedral?

Durante el sitio de 1809, una bala francesa le arrancó la cabeza al ángel del campanario de la catedral. La veleta permaneció decapitada durante más de 150 años hasta que, en 1968, se colocó una nueva, obra de Ramon M. Carrera. Actualmente, el antiguo ángel sin cabeza es uno de los objetos más emblemáticos del Museo de Historia de Girona.